CóMO REDUCIR EL USO Y EL CONSUMO DE SAL SIN QUE LOS PLATOS QUEDEN SOSOS: SIETE TRUCOS DE COCINA

Muchas personas tienen una relación de amor-odio con la sal, un ingrediente que no solo nos aporta un sabor particular a los platos y recetas, sino que además necesitamos. Sin embargo, muchas veces nos excedemos con su consumo, algo que nos puede suponer un problema si no lo controlamos. ¿Qué es en realidad la sal y por qué la necesitamos? ¿Qué pasa si nos pasamos con la ingesta de sal? Y, lo más importante, ¿qué podemos hacer para reducir su consumo?

Muchas veces confundimos términos como sal o sodio. La sal o cloruro sódico está formada por un 40% de sodio y un 60% de cloro. El sodio es uno de los elementos que se encuentran en la sal, que es de donde proviene la mayor parte del sodio.

Además de la sal que añadimos para cocinar, hay una pequeña parte de sodio que se añade a los alimentos en el proceso de elaboración: aditivos, saborizantes o conservantes. Nos referimos aquí a conceptos como el monosodio de glutamato, que se usa sobre todo como potenciador del sabor.

El sodio es un nutriente esencial para el organismo: nos ayuda a controlar la cantidad de agua del cuerpo, a regular los fluidos del cuerpo, a transmitir impulsos nerviosos y a que el cuerpo esté hidratado.

Pero solo necesitamos una cantidad específica para que queden cubiertas todas estas necesidades. En concreto, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda para la población sana adulta unos cinco gramos al día, lo que equivale a una cucharada pequeña de postre, o de dos gramos de sodio al día.

¿Qué ocurre si consumimos más sal de la que necesitamos? En algunos casos, un consumo en exceso puede tener repercusiones en nuestra salud y afectar a los riñones, que son los que regulan el sodio en sangre y mantienen el equilibrio del sodio que almacenamos. Los riñones no pueden eliminar el exceso de sal y, por tanto, esta se acumula en la sangre, lo que provoca que el corazón tenga que trabajar más para moverla y, en consecuencia, se eleva la presión y puede terminar provocando hipertensión arterial, una afección común y grave relacionada con muchas de las enfermedades cardiovasculares como infartos cerebrales y cardiacos.

Reducir el consumo de sal es uno de los mejores cambios que podemos hacer en nuestra alimentación para disminuir el riesgo de hipertensión arterial. Hay algunos estudios como este publicado en Journal of the American Medical Association (JAMA) que aseguran las personas que siguen una dieta baja en sal durante solo una semana pueden experimentar una reducción significativa de la presión arterial en comparación con una dieta alta en sal.

Aunque el refrán dice que "sin sal, todo sabe mal", y pueda resultar todo un desafío reducir la cantidad de este ingrediente de nuestra dieta, la OMS nos ayuda con algunas recomendaciones:

Aunque estemos acostumbrados a cierta cantidad de sal en los alimentos, la percepción y aprendizaje de lo salado se puede educar y podemos acostumbrarnos a consumir menos. Para ello, podemos ir reduciendo poco a poco la sal que usamos habitualmente para cocinar y nuestro paladar se irá acostumbrando, ya que la percepción es variable y la podemos modificar. Educar nuestras papilas gustativas nos ayudará a diferenciar otro tipo de sabores y nos costará menos comer un poco más sin sal.

MCH/CRM

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